Cuando el mundo se detenía, cuando las calles se vaciaban y el miedo ocupaba cada rincón de nuestras casas, hubo quienes no pudieron escapar. No salían en los telediarios. No estaban en videollamadas. Simplemente… esperaban. Invisibles. Olvidados. Atrapados tras las puertas de miles de residencias donde la muerte llegaba en silencio.En la Comunidad de Madrid, 7.291 mayores murieron durante los dos primeros meses de la pandemia. Muchos sin atención médica. Muchos sin una mano que les despidiera. La presidenta, Isabel Díaz Ayuso, no fue sorprendida: eligió no actuar. Eligió la parálisis. Eligió la pereza.Este episodio no habla solo de un error de gestión. Habla de una decisión política: la de no trasladar a hospitales a quienes más lo necesitaban. Habla de un protocolo que condenó vidas por tener deterioro cognitivo o discapacidad severa. Habla de un sistema que cerró las puertas cuando más debían abrirse.Mientras Ayuso hablaba de libertad en ruedas de prensa, las residencias se convertían en salas de espera hacia la muerte. Mientras defendía los bares abiertos, se olvidaban los pasillos donde faltaban médicos, respiradores y humanidad.Este capítulo pone el foco en esa inacción letal. En ese silencio administrativo que, lejos de ser neutro, fue cómplice. Porque en tiempos de emergencia, la pereza también puede matar.Exploramos las voces de quienes vivieron esa tragedia, el dolor de las familias, la frustración de los sanitarios, y la indignación de quienes aún esperan justicia.Porque, a veces, el mayor pecado no es lo que se hace… sino lo que se deja de hacer.
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